Sep 18, 2005

Sin brazos

Era de noche todavía y el tren llegaba con su habitual cansancio. Resoplaba cada vez con más lentitud y el aire se iba llenando poco a poco del olor a carbonilla que iba dejando la vieja locomotora

La carta decía que llegaba en el expreso de las 4:15. Apenas una docena de viajeros, un mozo de cuerda, el jefe de estación y la pareja de carabineros ocupaban el andén de los trenes procedentes de la línea del norte.Hacía año y medio que Mario había partido de esa misma estación en compañía de otros brigadistas para unirse a las tropas que irían al frente de Aragón. En los dos últimos meses apenas un par de veces había recibido Luisa noticias de él y del accidente. Tan sólo sabía que las heridas no habían sido mortales, que naturalmente no podría volver al frente y que tras la hospitalización en Madrid, volver a Albacete era el fin de un periodo de sufrimiento, de angustia, de miedo a perder a la persona amada.

Luisa vio a lo lejos que una enfermera del Socorro Rojo ayudaba a bajar a un grupo de soldados del vagón que indicaba su condición de hospital de campaña. Dirigió hacia ellos su carrera, su respiración agitada, sus deseos de ver a su novio.Cuando por fin Mario bajó el último peldaño ayudado de la enfermera, notó cómo Luisa se le echaba encima, abrió los brazos, la abrazó, la besó y rodeó el cuerpo pequeño,disminuído,frágil que se agitaba ante él.

Luisa suplía la falta de ambos brazos con la fuerza del resto de su cuerpo, con la fuerza y la lucha que ponía en todo. Los dos se separaron a un lado y besándose entraron en un cuartito de señales, farolas, herramientas.

Mario abrigó a su novia, recogió el pañuelo que había caído al suelo y salieron al andén vacío.

Desde la estación se veían los campos de cereal apenas iluminados por la luz del nuevo día. Mario pasó su brazo por los hombros de ella, juntas las cabezas iban en silencio y cada uno pensaba qué sería de ellos a partir de ahora.

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